domingo, 6 de marzo de 2016

¿Cual es tu realidad?



Nadie duda existe una realidad, y cada cual considera que la misma es tal cual la ve. Mientras para una persona un lugar, una situación o circunstancia es agradable y entretenida, para otra persona parada a su lado puede ser completamente desagradable y aburrida. Una misma situación puede ser buena o mala según quién sea el que la viva.

Existe entonces una realidad externa y otra interna, personal. Hay situaciones en las que una realidad externa es a todas luces mala, desagradable para cualquiera, como por ejemplo estar encarcelado. Pero aún en esas circunstancias, cada individuo puede ver esa realidad externa, impuesta en este caso por el poder gobernante por alguna causa, acorde a su mentalidad, y la misma variará en función de su propia percepción y proyección. Mientras para alguno el extremo resulte en un sufrimiento que acaba en suicidio, para otro el otro extremo de una condición alegre que parece contradictoria.

Podemos decir entonces que existe una realidad tangible y otra intangible, una física y otra mental, una sensible y otra suprasensible.

Es verdad que cada persona puede crear su propia realidad, y vivir una existencia agradable o desagradable según el enfoque mental que analiza y proyecta el entorno. Sin embargo el entorno siempre será un límite infranqueable sin importar la calidad o magnificencia de la realidad interna, donde la posibilidad de cambiarlo no depende del individuo. Si te hayas en un desierto y no has llevado suficiente agua para cruzarlo, por más que imagines estar en un oasis te morirás de sed si no consigues el líquido elemento sustentador de la vida. Jamás convertirás la arena en agua por más que tu mente lo crea. Los límites físicos básicos impuestos por la realidad externa son infranqueables. Los que hablan de milagros solo repiten lo que otros aseguran haber visto o simplemente exageran y distorsionan sus propias vivencias. No obstante, una cosa sí es cierta y muy clara: nunca podría poner por escrito todas las vivencias que con mi mente logro sentir y disfrutar, sea durante la vigilia o en sueños. Cuando se alcanza el poder de experimentar lo que la mente crea resulta imposible no darse cuenta que su dimensión es infinita. Para ello, siempre se necesita una realidad externa de base. Esa realidad externa de base es lo que comúnmente se denomina “ciencia” o conocimiento certero y consensuado del entorno, y se halla íntimamente ligada a las circunstancias imperantes. Nuestra salud, vigor, medios disponibles y lugar son imprescindibles. Para muchos esa realidad básica es la vida misma, la conciencia de estar vivo, es milagro de Dios. Para otros simplemente es la contingencia material. A partir de esa realidad es posible proyectarnos a otra realidad mucho más enriquecedora, diversa e inagotable.

Hay quienes solo dedican todas sus energías mentales a la modificación de la contingencia material, suponiendo que la obtención de mayores recursos y nuevos bienes físicos son la única manera de acrecentar la felicidad, el disfrute de la vida. Pero hay una trampa de la que muchos no se percatan: el disfrute de la vida no depende de tener y estar, sino de vivenciar de modo pleno, profundo eso que se tiene y dónde se está. Todo es mental y no solo físico. Incluso lo físico es subjetivo.

Mientras volvía de un viaje de la costa, recordaba todo lo nuevo que pude ver, pareciéndome que me estaba perdiendo cosas valiosas de la vida al no poder hacer tales viajes más seguido. Sin embargo, cuando reflexionaba podía ver a las personas que allí vivían acostumbradas a lo que para mí era novedoso e interesante, y al volver pude notar a personas que venían de lugares como esos a conocer el lugar donde nosotros residíamos, sacando fotos a paisajes comunes a lo cual me hallaba acostumbrado. En mi región como en cualquier otra suele ser muy típico que las personas conozcan apenas una fracción muy pequeña de lo que le rodea de su lugar de residencia mientras se desvive por conocer otros lugares, cuánto más lejanos mejor. Las personas a veces no saben lo que buscan ni por qué se afanan. A su alrededor existen tantas cosas diferentes por conocer que nunca las han mirado.

Por ejemplo, siquiera conocen las plantas o los pájaros que a diario ven. Cuando salen a los lugares de esparcimiento y ven las aves ni idea tienen que especie de aves son. Recuerdo cuando en una ocasión un guía turístico señalaba a un ave volando cerca de un cañadón mientras decía “aquí podemos encontrar águilas moras” cuando lo que estaba volando era un jote. El imaginaba era un águila y no un jote, y veía un águila porque eso deseaba ver. Mis vecinos de la ciudad cuando van al río y ven aves acuáticas, si son oscuras les dicen “patos” a todas, no importa que sean distintas especies de macaes, gallaretas o biguás. Son pocos lo que pueden diferenciar una especie de ave de otra por su forma y menos por sus trinos o sonidos. A la mayoría solo parece interesarles las águilas, los leones, los cocodrilos, los tiburones y los dinosaurios. Existe un mundo de dimensiones amplísimas a su alrededor que desconocen completamente, y muchos mueren sin conocerlo jamás.

Sobre ese vasto mundo de cosas realmente nuevas, desconocidas por no mirarlas mejor, podemos desarrollar nuestra imaginación de una manera muy enriquecedora. ¿Qué se le puede pedir a una mente tan corta de vista que labore por un mundo mejor si siquiera conoce su propio entorno?