miércoles, 18 de mayo de 2016

Reflexiones sobre Dios a causa del mal



La vida humana no es un castigo sino el inicio o principio del sendero hacia la plenitud existencial de cada individuo. La reencarnación opera en la medida que se desarrolla cada uno a sí mismo hasta que alcanza la plenitud en la vida en otra dimensión superior

Introducción
Antes de entrar en el tema es preciso aclarar desde dónde y hacia quienes abarcan las siguientes reflexiones. Se circunscriben dentro de un ámbito neutral. No obstante es preciso saber que la sociedad humana se halla compuesta por una gama amplia de personas en distintos estados mentales, no tanto educativos sino especialmente morales o espirituales. En el mundo existen personas de una hipocresía y cinismo tal que el siguiente material no conlleva mensaje de importancia alguna para ellos, pues su posición se hallaría por fuera de cualquier preocupación por el bien y el mal. Carecen todavía de la facultad espiritual para recibir y compartir cualquier preocupación honesta y sincera sobre la temática relacionada con Dios y la trascendencia de la existencia humana. Si usted en cambio es una persona sincera cuya preocupación sobre Dios y el sentido de la existencia es honesta, este material puede ayudarle a ver desde distintos enfoques una temática histórica tratada por diversos filósofos y teólogos.

Si su enfoque espiritual armoniza con la declaración inicial, es muy probable que Ud. se halle en el conjunto de individuos que han alcanzado la resurrección, es decir,  han despertado a la existencia de la divinidad.

Orígenes de la temática
Existe una necesidad respecto a Dios. El concepto de Dios carecería de sentido si no fuera alguien con poder y voluntad que estuviera presente en los momentos más difíciles y peligrosos en la vida. Un Dios que no pudiera ser más poderoso que uno, que pudiera neutralizar o evitar cualquier contingencia grave que pusiera en riesgo nuestra existencia, o que nos ayudara a tener éxito en nuestras metas al tener que enfrentar los distintos problemas y obstáculos, carecería de valor alguno. ¿A quién le importaría una entidad indiferente e incapaz de “hacer algo”? Pues, a nadie.
De modo que ante tal necesidad comienza una conexión con lo religioso y una edificación espiritualista. 

La existencia humana no es sencilla, como tampoco lo es para cualquier ser vivo o forma de vida del planeta. Pero nosotros, humanos, poseemos ciertas sensibilidades y podemos captar la dureza de la existencia, la cual era mucho peor siglos atrás, donde el peligro del fuego, las enfermedades, los animales salvajes y los salteadores era parte del pan cotidiano. Existen peligros y males de todo tipo, ante los cuales debemos enfrentarnos y luchar para sobrevivir, sin importar si se vive aislado de todo en medio de la selva o en una gran urbe.

Si Dios es considerado un “amigo” dispuesto a ayudar, entonces “deberá” tener motivos para ello. Cualquier creyente necesita no solo formularse una serie de preguntas al respecto, sino que necesita imperiosamente tener las respuestas a todas ellas, y tienen que ser lo suficientemente persuasivas para convencerlo más allá de una explicación soportable fundada en su mera provisionalidad.

¿Por qué la vida es tan dura?
La mayoría de las personas que dan sus opiniones sobre la vida humana y la felicidad no son parte del grueso humano que necesita trabajar duro todos los días en tareas serviles de todo tipo, tanto rurales como urbanas, padeciendo generalmente todo tipo de condicionamientos y discriminaciones, quienes para ganarse la vida deben agacharse todos los días y ensuciarse las manos en tareas de cultivo, extracción, construcción o de limpieza, soportando toda clase de penurias, esfuerzos físicos y sus riesgos. Toda esa gente sabe que la vida es penosa, y siquiera tienen tiempo de quejarse y menos de escribir sus quejas. Simplemente viven, y buscan medios para alegrarse de las más variadas maneras, las cuales en el fondo no son otra cosa que distracciones y calmantes compensatorios del sufrimiento.

Posiblemente haya personas que estén disfrutando de la vida ahora, y al leer esta pregunta consideren que cada cual tiene la vida que merece, otros en cambio consideren que la vida solo es dura a aquellos que no tienen a Dios o a Cristo en su corazón, o, porque son malas personas que reciben el castigo merecido por sus “pecados”, o que es parte del karma, de la ley de causa y efecto, etc. Sin embargo, hasta los más favorecidos en este mundo tiene que enfrentar desgracias, como la muerte de seres queridos o amigos, que suelen golpearlos de manera tan fuerte quedando como descolocados o tornándolos en zombis. Sea cual fuere la posición existente resulta imposible escapar a los designios destructivos de nuestros más preciados intereses.

Cuando se acepta la idea de un Dios todopoderoso y bueno, los teólogos no han podido conciliarlo con algo que no fuera totalmente santo, perfectamente bueno de manera absoluta, ante lo cual, al personificarlo, debieron forzosamente inventar la existencia de otro ser opuesto, de una talla casi igual a la de Dios pero maligno y pernicioso, el cual está no solo en contra de ese Dios (sin entender el motivo, que de por sí ya deja un vacío de misterio y contradicciones), sino en contra de sus fieles, que los persigue para confundirlos y destruirlos por el mero hecho de ser malvado y envidioso. De esta manera se instala un paradigma dualista necesario para justificar provisionalmente las peores atrocidades, no tanto de la naturaleza física y biológica de la materia y la vida vegetal y animal, sino de la naturaleza humana.

No estoy aquí para describir los diferentes caminos elaborados por la teología humana a fin de instalar tales paradigmas, solo diré en líneas generales que se fundamenta en la existencia de un mal que en el futuro, por ser “casi igual a Dios” en el sentido de ser menor (terrible desigualdad), siempre en el futuro (la maldita esperanza) será eliminado por ese Dios (al ser más poderoso que ese malvado, claro) para beneficio nuestro si solo le tememos y le adoramos. Semejante construcción mental lleva a las personas que se hallan bajo su dominio a creerse víctimas del mal, y no reparan en raciocinio alguno cuando creen que orando a Dios son ayudados.

Otros han llegado a considerar que la vida humana es el resultado de vidas anteriores, debiendo pasar (para ellos es “pasar” no “sufrir”) distintas experiencias para “pulirnos” y llegar a ser mejores con el tiempo. Este tipo de personas consideran que no existe nada “malo” ni “bueno”, son simples variaciones de contrastes, y si un “mal” sirve para alcanzar niveles mejores después, es considerado entonces un “bien” (un mal necesario, digamos). Tal paradigma, a diferencia del anterior, hace que las personas que lo creen sean más responsables de sí mismas y de los resultados de sus acciones. Por cierto, para aceptar este parecer, es imprescindible la negación solapada de cualquier “monstruosidad”, que en el fondo no deja de ser un auto engaño. Lastimar, torturar y matar a otros por el puro placer de hacerlo no puede ser visto más que una terrible enfermedad mental. No es necesario experimentar tales situaciones para apreciar su contra-parte. Pero bueno, eso lo expreso yo, pero es posible que otras personas deban experimentar tales extremos para ver si reaccionan.

Otros simplemente creen que la existencia no es otra cosa que un castigo por “algo” que merecemos de una existencia anterior de la cual no podemos recordar nada, y tenemos que “saldar” ese mal desconocido tal como un criminal lo recibe cuando lo encarcelan por una cantidad de años en una penitenciaría, salvo que en este caso sí conoce el motivo.

Hay quienes enseñan que somos el resultado de un desarrollo alienígena, cuyos seres son los causantes del origen de la esclavitud humana al sinsentido de la vida. Si existe en la tierra una naturaleza conflictiva, ¿por qué motivo no puede existir en otros mundos también? Sobre la base de esta lógica simplista se elabora toda una concepción de la existencia, muy tenebrosa por cierto.

Finalmente estarían aquellos que no piensan en nada de estas variantes (o en alguna otra), y viven la vida tal como viene, actuando como mejor pueden sin preocuparse ni por el bien ni por el mal, solo por el bien propio, de hecho, si pueden cometer males sin que los atrapen, engañando, mintiendo, falseando y hasta matando, son felices hasta con eso. Para todo encuentran justificación o excusas, después de todo hay que pasarla bien. He notado en este ámbito una enorme influencia supersticiosa de todo tipo sin importar la clase de personas, donde podemos hallar no solo ateos o renegados, sino muchísimos creyentes esparcidos en distintas agrupaciones acorde a sus niveles de error.

Ciertamente, frente a éstas últimas posiciones (muy común la última y cada vez más extendida por el planeta), no cabría duda alguna llegar a la conclusión que la existencia es una real porquería, una basura. No hay manera de verla de otra manera por más que alguien se auto convenza, viviendo en su burbuja. Todo, todo, es vano, y cualquier bien aislado no es otra cosa que un engaño a los sentidos para desviar la atención de la futilidad existencial. Es como llegar al fondo del pozo negro, de toda la inmundicia y darse cuenta de estar en él sin poder ir a ningún otro lugar simplemente porque no existe “otro lugar”.

Personalmente me inclinaba por la variante del castigo, suponiendo éramos ángeles caídos a los cuales se nos estaba dando una oportunidad de redimirnos, aunque no supiera bien el motivo, donde las penurias de esta vida serían entendidas cuando sean recordadas una vez acabadas nuestras existencias terrestres. Me parecía la variante más acorde a la idea de la presencia de un ser superior divino no solo bueno sino recto que reina en un cosmos sujeto plenamente a su voluntad. 

No hablo de un Dios Castigador ni Premiador, como si fuera un Juez sentado en una nube atareado con semejante ocupación. Me refiero más bien a una abstracción referida a la misma existencia universal de todas las cosas sujetas a leyes inmutables, donde nosotros los humanos nos hallamos en las escala moral más baja, existiendo otras entidades muy superiores a nosotros en sentido moral y condición existencial por fuera de este mundo. En ese contexto cada ser humano es una parte de esa divinidad, de ese orden, que existe más allá de lo conocido y que opera en el cosmos y en donde cada uno decide armonizar o desentonar acorde a su mejor entender, obteniendo siempre los resultados ineludibles a su proceder, aunque a la larga, los resultados finales siempre tenderán a la superación.

Si tal trascendencia no existiera, entonces la vida humana y todo lo que existe es realmente inútil y sin sentido alguno, justificándose cualquier acto individual y colectivo por la mera fuerza y voluntad por más aberrante que fuere, imponiéndose por encima de cualquier racionalidad o prosecución de bien general alguno.

Si uno busca en Internet algo relacionado a lo tratado, averiguando la manera en que son respondidas las preguntas más elementales de la existencia penosa de la humanidad, encuentro toda clase de animados y apasionados comentarios a través de los cuales se puede vislumbrar con claridad profundas grietas y contradicciones humanas, llenas más de buenas intenciones y fervor sobre ideas preestablecidas que de razonamientos armoniosos. Cuando medito en tales respuestas me doy cuenta que muchas de ellas se parecen a las que yo mismo tuve de joven, con sus errores, claro. 

Cuando uno es joven está lleno de confianza, siempre con ganas de hacer cuantas cosas nuevas aparezcan, pensando que todo depende de uno y la capacidad de concretar sus propias metas. No está mal tener esos ímpetus, son no solo correctos, sino esenciales, de lo contrario careceríamos de emprendimientos y nunca podríamos evaluar los resultados finales.

La humanidad sabe en el fondo de su ser que la existencia es una desgracia desde tiempos inmemoriales. Las razones pueden ser muchas y variadas, pero sin importar las situaciones, sean pobres o ricos, todos padecemos la misma impiedad, penalidad, confusión y conflictos por doquier.

Se comenta que existen dos vertientes extensamente tratadas buscando explicar la causa de todo ello. Una es la de ciertos griegos y de Hobbes donde explican que la ética o moral es un mecanismo resultante de la prudencia egoísta fundamentada en el contrato social, donde el conflicto resulta ineludible. La otra vertiente es la religiosa, matizada de cristiana en el mundo occidental, donde explica que el origen es la caída en el pecado de nuestros primeros padres, suceso producido también por una rebelión egoísta, resultando en un estado de imperfección por el cual, al cometer errores, sufrimos. En ambos casos el elemento “egoísmo” aflora. En el primero como algo natural, propio de la naturaleza, y el otro como una falta, un mal serio cometido que debe ser reparado.

José Ortega y Gasset dijo “Lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa”, pues sin importar las sencillas explicaciones dadas en cualquiera de sus vertientes, éstas no responden satisfactoriamente el enigma del mundo penoso. La primera vertiente establece el dolor y el sufrimiento y cualquier acto criminal como sucesos naturales sobre los cuales solo resta defenderse de ellos si se halla uno del lado de víctima, de lo contrario, y lo más grave, si eres el agresor se puede justificar cualquier accionar sobre la base de “leyes naturales”. Este criterio es más monstruoso que el de los brutos, porque destruye cualquier esencia de moral. Instala la hipocresía y el cinismo como elemento indispensable al colocar la conveniencia a costa de los demás mediante justificativos sofistas, demostrando con ello contradecirse en sus fueros más internos. Todos aparentan ser “buenas personas” mientras ocultan al mismo tiempo sus aspiraciones egoístas que causan daños irreparables a sus congéneres. Se parece alguien que dándose de geómetra trata de hacer un círculo perfecto sin importarle el centro. 

La otra vertiente parecería más creíble y justificable, pero tiene el inconveniente de hallarse amañada a distintas interpretaciones, tornándola oscura e imposible de armonizar. 

Arthur Schopenhauer aborda la temática de este miserable mundo analizando al dolor y la miseria como una necesidad para que surjan preguntas.[1] Hay quienes, en paralelo con éste gran filósofo pero de manera definitiva, como si hubieran hallado la verdadera respuesta, consideran de lo más absurdo que la mayoría de los sistemas metafísicos expliquen al mal como algo negativo, debiendo ser considerado de lo más positivo, por el hecho de hacerse sentir. Resulta paradójico y hasta infantil escuchar decir que todo bien, toda felicidad, toda satisfacción son cosas negativas, porque no hacen más que suprimir un deseo y terminar una pena. ¡Qué manera tan absurda de justificar el mal condenando al bien!

Aquellos que piensan de ese modo parten de fundamentar al ser humano netamente egoísta, donde cualquier interés por los demás no solo es una falacia, un engaño, una actitud hipócrita para esconder su propio bienestar personal, sino de lo más apropiada y buena. Sin darse cuenta todavía debaten contra el instalado Dios moral cuando en el fondo aceptan la mentira y el engaño como algo imprescindible. Para A.S. estaba claro que él no consideraba tal cosa, de otro modo no hubiera dicho: «Debemos considerar la vida cual un embuste continuo, lo mismo en las cosas pequeñas como en las grandes.» Desde el inconsciente A.S. estaba rebelado contra esta forma de la vida, contra la naturaleza, contra Dios, emitiendo claramente un juicio moral y condenatorio. Claramente, sus pensamientos reflejaban una condición de víctima. Se sentía injustamente castigado en el mundo, por la naturaleza y por Dios, que de existir, así lo dispuso.

De lo que no parece caber duda alguna es que el mundo limita enormemente la capacidad de materializar cualquier proyección superadora humana por más realista que fuere. Es como si el mundo le quedara chico al humano, como una cama corta, una silla débil, un plato por naturaleza siempre sucio por más que lo limpie.

Me resultaba natural en mi juventud escuchar de parte de mis compañeros decir que si el mundo fuera perfecto la vida sería aburrida. Era obvia la incomprensión, pues atribuían a la perfección ausencia completa de necesidad alguna, de deseo, todo estaba servido, nada bueno falta, etc. Pero no era eso lo que deseaba transmitir. La perfección no se trata de eso, sino de no estar rodeado de tanta degradación, estupidez y maldad humana para satisfacer tales necesidades, sin reflexionar lo suficiente sobre los motivos o las causas de tales conflictos, atribuidos fácilmente a ideologías políticas o religiosas.[2] La perfección referida era de índole moral y espiritual, donde cada persona podía alcanzar las metas en su vida con cierta satisfacción en la forma de logros compartidos. Pero, a causa de la insensatez e insensibilidad moral de los que tienen más poder y de la ignorancia y malevolencia de los gobernados, al imponer un sistema muy penoso para mantener su propio statu quo, infectan perniciosamente tal posibilidad.  Por ello, en vez de entretener y disfrutar, la vida genera enfermedades a causa del moderno stress, al empujar a cada individuo a los límites de sus posibilidades.

Ni que hablar de varios siglos atrás, donde no existían la electricidad ni los medios actuales de transporte ni la maquinaria industrial para producir alimentos en cantidades impresionantes a bajo costo, donde los peligros propios del pasado a causa de las enfermedades y pestes, incendios, animales salvajes y hordas asesinas se ven más en las películas que en la realidad.

No obstante, es obvio también que, sin importar la calidad de vida que como sociedad hayamos alcanzado y podamos disfrutar, al fin y al cabo ésta caduca, y el gran misterio se presenta como un abismo frente a nosotros. ¿Cuál es en definitiva el sentido de todo esto? Por eso, las conclusiones frente a lo visto, son: si existe un Dios como un ser diferenciado debe ser un perfecto canalla, de lo contrario la naturaleza lo es, pero de manera impersonal, tal como no se puede culpar a la Gravedad si uno salta de un décimo piso al vacío para salvarse de que lo maten a balazos unos vengadores y se mate al estrellarse en el suelo. 

Pero nadie se contenta con ello, aceptando sin más los sucesos nefastos por causa de leyes frías. El problema es fundamentalmente moral y no de las leyes físicas, porque el familiar del muerto criticará a un Dios, la providencia, a otros, o al mundo por ‘no haber hecho nada’ para salvar de la muerte a su ser querido. Buscará abogados y jueces para establecer un caso a fin de cargar las culpas a alguien. Vivimos un mundo donde todos, incluidos los ateos, se creen víctimas de la moral al atribuir injusticia, sea a Dios, al Diablo o a la naturaleza.

Y cuando hablo de moral no hablo de obedecer los mandamientos atribuidos a Dios (no matarás, no desearás la mujer de tu...), sino de la comprensión de las leyes físicas armonizadas en un contexto de beneficio mutuo posible por ellas, ya designadas para tal finalidad. Cualquier beneficio a costa del perjuicio de otros significaría “desobedecer” esas leyes, una especie de ética de convivencia al estilo kantiano, pero casi nadie lo entiende de esa manera, justificando siempre su manera de actuar, siempre insatisfecho y manifestando hipocresía al ocultar su malicia. 

La inteligencia en este mundo es sinónimo de cazador, alguien más astuto que sabe cómo engañar a los demás para sacar ventaja. Cuando en dicho contexto se ataca la existencia abstracta de un Dios diferenciado, endilgándole toda clase de epítetos para justificar su inexistencia, no pueden suplantar lo que destruyen sobre la base de una crítica moral, pues niegan la moral, el bien y el mal al mismo tiempo. Son moralistas-ateos-no moralistas, una contradicción, y no se dan cuenta de eso. A mi entender, lo que ocurre es que están tan desilusionados como resultado de sus propias reflexiones frente a las insensateces religiosas, que les parece que si Dios existe tiene que ser únicamente el que la gente religiosa cree y predica, de lo contrario no existe nada.

Esta clase de incongruencias en los pensamientos humanos es lo que más me ha llamado la atención durante tantos años, ubicándonos como torpes almas buscando la luz entre las tinieblas.
Cuando A.S. habla de religión despachándose contra el judaísmo, tiene en mente la Torá, los primeros cinco libros sagrados de los judíos. El Dios de esos primeros libros tiene una personalidad muy diferente de la que aparecerá luego a lo largo de los siglos. A partir de un Dios neutral y bien intencionado al principio pasa a ser narcisista, celoso y vengativo después, y con el tiempo va incorporando otros atributos con la aparición posterior de los libros de los profetas, como Jeremías, Isaías, Exequiel y otros. Los libros sapienciales representan el resultado de profundas reflexiones, y cuando aparece el cristianismo en el núcleo judío, el antiguo Dios se halla totalmente cambiado, como si hubiera aprendido lo suficiente para convertirse en otra persona, más considerada y dispuesta en ayudar. El catolicismo tuvo que convertir a Jesús en Cristo y luego en Dios para reemplazar al antiguo Dios de la Torá. Ciertamente, este criterio es muy negado en distintos ámbitos congregacionales, especialmente entre los evangélicos y protestantes. Para ellos es el mismo Dios, sin haber cambiado nunca. Es que tienen pasajes del testamento cristiano para fundamentar dicha idea. No voy a debatir esto ahora, porque no tiene mucho sentido negar, por ejemplo, al Jehová del Génesis cuando abiertamente siente culpa por haber traído el diluvio, sentando el fundamento de la balanza cuando se manifiesta un juicio sin misericordia y aparece la conmiseración como elemento estabilizador en la manifestación de la ira de ese “mismo” Dios, el que luego como Dios de Israel se 'olvida' nuevamente y se torna un genocida selectivo para luego transformarse en salvador de los pecados del mundo entero  (2 Cor.5:19).

Me gustaría compartir con ustedes algunas expresiones de A.S. para ampliarnos su manera de pensar:

«El mundo es el infierno, y los hombres se dividen en almas atormentadas y diablos atormentadores.»

«Si queréis tener siempre a mano una brújula segura a fin de orientaros en la vida y considerarla sin cesar en su verdadero aspecto, habituaos a considerar este mundo como un lugar de penitencia, como una colonia penitenciaria.»

«Consideremos, …a la religión de los judíos como la más inferior entre las doctrinas religiosas de los pueblos civilizados, lo cual concuerda perfectamente con el hecho de que también es la única que, en absoluto, no tiene ninguna huella de inmortalidad.»

«…lo que se llama imperfecciones, es decir, la mísera constitución intelectual y moral de la mayor parte de los hombres,»

«Si la miseria es el aguijón perpetuo para el pueblo, el hastío lo es para las personas acomodadas»

Los conceptos vistos son:
-Un mundo donde el infierno no existe después de la muerte sino ahora, donde todos somos culpables. Estamos todos en una penitenciaria condenados a cadena perpetua hasta nuestra muerte.
-Una religión cuyo origen revela más desasosiego que esperanza.
-Denomina a la imperfección como una carencia intelectual y moral
-El sinsentido de la existencia, pues mientras las miserias mantienen ocupados a la humanidad pobre, los ya acomodados buscan sin sosiego como superar el aburrimiento.

No por nada muchos critican la posición pesimista completa de Schopenhauer. Otros divulgadores de sus pensamientos suelen enredarse cuando tratan de explicar ‘cómo poder salir de este encierro’, tratando de hallar algo positivo desde el punto de vista netamente filosófico para superar lo que Schopenhauer declaró ‘insuperable desde cualquier punto de vista mundano’. El pensamiento de este filósofo, contrariamente a lo que algunos creen, no es nuevo. El escritor de Eclesiastés ya lo dijo miles de años antes al declarar que cualquier esfuerzo en la búsqueda de un sentido material próspero para alcanzar la felicidad a nuestra existencia es algo completamente vano, debiendo contentarnos con las cosas simples de la vida y a la espera de un juicio futuro de Dios. Por lo tanto, ambos establecen una situación inexorable, de la cual hay que salir, hallar una salida, algo positivo. ¿Cuál es? 

Hay quienes indican a “la razón” como el camino de salida, para que frene la pasión, cuyo efecto descontrolado haría acrecentar aún más el mal. Pero solo proporcionan una aspirina contra el cáncer. No hallan manera de contrarrestar ese “monstruo cósmico” que el de aislarse en una especie de burbuja autocomplaciente esperando la nada como la solución final.

El filósofo ve el panorama tan sombrío que lo lleva a decir:

«…la capacidad de sufrir crece en proporción de la inteligencia, y alcanza, por consiguiente, en el hombre su grado más alto.»

«Si un Dios ha hecho ese mundo, yo no quisiera ser ese Dios. La miseria del mundo me desgarraría el corazón.»

«Si nos imaginamos la existencia de un demonio creador, hay derecho a gritarle, enseñándole su creación: “¿Cómo te has atrevido a interrumpir el sacro reposo de la nada, para hacer surgir tal masa de desdichas y de angustias?”»

«Si se considera la vida bajo el aspecto de su valor objetivo, es dudoso que sea preferible a la nada. Hasta diré que si se pudieran dejar oír la experiencia y la reflexión, alzarían su voz en favor de la nada. Si se golpease en las losas de los sepulcros para preguntar a los muertos si quieren resucitar, moverían la cabeza negativamente. Tal es también la opinión de Sócrates en la apología de Platón. Y hasta el simpático y alegre Voltaire no puede menos de decir: «Gusta la vida, pero la nada no deja de tener algo bueno», y añade: «No sé qué es la vida eterna, pero esta vida es una broma pesada.»»

«Querer es esencialmente sufrir, y como vivir es querer, toda vida es por esencia dolor. Cuanto más elevado es el ser, más sufre... La vida del hombre no es más que una lucha por la existencia, con la certidumbre de resultar vencido... La vida es una cacería incesante, donde los seres, unas veces cazadores y otras cazados, se disputan las piltrafas de una horrible presa. Es una historia natural del dolor, que se resume así: querer sin motivo, sufrir siempre, luchar de continuo y después morir... Y así sucesivamente por los siglos de los siglos, hasta que nuestro planeta se haga trizas.»

-Apreciamos relaciona el nivel de inteligencia con la capacidad para causar mayor mal, con lo cual la miseria intelectiva por si sola (ignorancia) ayuda a tener menos males en el mundo.
-Un Dios que haya hecho este mundo sería peor en maldad que el mismo ser humano. Es un monstruo que se deleita en causar sufrimiento, siendo preferible la nada antes que el algo.
-No existe manera de no sufrir, pues la carencia lo impone, y cuánto “más elevado” es un ser “más sufre”.
-El único propósito de la existencia es padecer hasta que todo se “haga trizas”

Los que divulgan sobre Schopenhauer destacan ‘racionalmente’ integrados tres elementos superadores:

1)   La contemplación estética
2)   Desenamorarse de la vida
3)   Cambiar la voluntad por la no voluntad, el dejar de desear.

Sin embargo, el mismo primer elemento hace dictar a la razón que debemos reemplazar los dos siguientes por algo, de lo contrario solo creeremos que no hay nada mejor que la nada.

A.S., no puede salir del callejón de sentirse víctima, y se decidió por la nada, como mejor, antes que el algo.[3] Naturalmente solo podía comparar la existencia de este mundo con la nada. Consideró cualquier otra situación imaginable mejor como imposible, descartándola de lleno. Se abrumó tanto con el dolor y la insensatez ajena que la hizo propia. 

Sin embargo, resulta imposible desestimar la enorme factibilidad de la existencia de un mundo mejor aún con la muerte como destino, puesto que internamente sabemos de los muchos aspectos necesarios y enteramente factibles para alcanzarlo, pero que resultan imposibles de operar por otras razones propias del mundo y no nuestras. Negar esta factibilidad, que son en esencia las bases de nuestro más profundo sentir que nos hace optimistas de jóvenes, significaría negar a Dios. Sencillamente no podemos negar la posibilidad de un mundo mejor, porque es perfectamente posible si todos nos atuviéramos a desear y procurar el mismo objetivo por encima de nuestras gratificaciones personales (que suelen buscarse generalmente mintiendo y falseando). Suele denominarse utopía a tal idea, precisamente porque no contamos con un mundo compuesto de personas al mismo nivel y cualidad de virtuosismo.

Frente a ese panorama, es sencillo caer en el papel de víctimas. Nos creemos inocentes perjudicados, pero esa manera de pensar es lo que nos lleva al error, llevándonos a ser victimarios justificando nuestras agresiones. Solo vemos un dualismo miope. O víctimas o victimarios, nunca vemos castigo o consecuencia. Cuando vemos sufrir a los que consideramos inocentes, presuponemos una injusticia. Pero no lo sabemos realmente. ¿De dónde sacamos que algo es justo o injusto? De nuestra ignorancia como punto de partida, seguro. Les resulta muy difícil sino imposible a la mayoría considerar que todos somos merecedores de esta vida miserable y dolorosa, porque en el fondo todos somos unos canallas. Si así no fuera, no estaríamos en este infierno. Al menos, eso sí parece tener sentido.

Las ideas y conclusiones de Schopenhauer resultan atrayentes porque, como otros han descubierto, era su inconsciente quién se expresaba y hacia escribirle tantos pensamientos[4], los cuales su mente consciente posiblemente no se dio cuenta del significado profundo de lo que estaba diciendo[5], tal como no se dan cuenta los que estudian o leen al filósofo, fácilmente detectable por las conclusiones que extraen de sus dichos.

Desde el enfoque de A.S. no existe ninguna salida superadora, prefiriendo la inexistencia antes que esperanza alguna. La inexistencia es el bien eterno y la existencia el mal ineludible mientras dure.

Sobre el origen del mal no comparto la visión Católica, en la cual somos 'herederos involuntarios del pecado' y entonces Cristo vino para abrir las puertas del cielo a los justos, honrados y decentes y las del infierno de fuego para el castigo eterno de los malvados, que lo son con todas sus letras por que rechazan a Cristo como su salvador. Si bien aparenta introducir una esperanza, aceptar eso lleva a un callejón sin salida, porque involucra a un Dios torpe, absurdo y falsario, convirtiendo a los humanos que así piensan en lo mismo que adoran. De esta manera, por ejemplo, podemos hallar personas que se creen “buenas” porque han aceptado a Cristo o porque asisten los domingos a la Iglesia y no se dan cuenta que son tan egoístas e hipócritas como aquellos que tildan de malvados solo porque no forman parte de su colectivo religioso. Si debemos aceptar el criterio religioso de misericordia divina sobre la base de la inocencia y la fe, estamos aceptando al Supremo como un ser bipolar antagónico consigo mismo.[6] Suponer que ello equilibra el cosmos entre la existencia y la destrucción total, resultando necesarios ambos extremos, al impedir la integración por obvia negación, mantiene irresuelto el problema eternamente. Es como pretender integrar el machismo y el feminismo. Es imposible integrarlo, pero es tonto creer que ambos son necesarios para el bien de la vida. La mutua desconfianza es como el ácido que carcome inmediatamente cualquier cosa con esfuerzo producida. La única manera es si podemos integrar la feminidad y la masculinidad, en donde cada uno aprecia al otro como algo que necesita para completarse. No confunde aprecio o interés con egoísmo, sino con constructivismo, superación, mejoramiento mutuo, comunión superadora. Cada parte desea la completitud del otro juntos, no solo la suya. Es la única manera de lograr una integración superadora. Lamentablemente los materiales divulgativos hacen tanto hincapié en la “normalidad”  del comportamiento animal en la naturaleza, interpretado todo a la luz de los extremos opuestos beligerantes, que el tema de la integración continúa insuperable.

Todos olvidan algo esencial. Mientras discuten qué es el bien y qué el mal, y otros que no existe ni uno ni el otro, afirmando son solo nuestras sensaciones producto de las circunstancias, no pueden darse cuenta que el mal es todo aquello que hacemos deliberadamente a los otros, obligando a aceptarlo por más que nos hagan saber su rechazo o bien engañándolos, y sobre el cual sabemos muy bien que no nos gustaría que nos lo hicieran a nosotros, para lo cual las excusas son varias y siempre mentirosas, fundadas casi siempre en prejuicios para justificar la satisfacción de nuestros deseos, generalmente mantenidos siempre ocultos. Cualquier otro mal es otra cosa y no mal alguno en sí mismo, generalmente es sensiblería y victimización. Nadie puede juzgar y decir: esto es el mal y esto es el bien de las acciones de cada persona, porque el mal y el bien es de cada uno, solo lo puede conocer uno mismo de sí mismo, pues todo mal que a otros hagas a ti mismo te lo haces, y todo bien que a otros hagas, a ti mismo te lo haces. No se trata de recibir el mal de los otros, padecer su dolor y entonces pedir justicia a los hombres o al cielo. Cuando recibimos el mal de otros, es porque lo merecemos. El problema es que nos creemos inocentes cuando somos unos canallas. ¿Los niños también? ¡Por supuesto!

La “inocencia de los niños” es una patraña. Cuando digo que somos unos canallas no solo me refiero a que en la vida a lo mejor hemos hecho las mismas maldades a otros de adultos, sino a otra vida anterior que no podemos recordar y por la cual tenemos ésta para ver si nos damos cuenta. Es innegable que no venimos al mundo como una “hoja en blanco” sino con una carga de personalidad innata, una manera de ser caracterizada por inclinaciones y cualidades contra las cuales luchar y otras para desarrollar. Normalmente las personas se ríen de “las travesuras” y los dichos “inocentes” de los niños, restándoles importancia porque “son niños”, pero cuando las dicen o las hacen igualito a cuando son adultos ya dejan de ser vistos como “inocentes”, convirtiéndose en inmorales, malvados y peligrosos.

No es lo mismo ser un mediocre, un vago, un mentiroso o un ladrón que un interesado en superarse, entusiasta, con ideas y metas a concretar, trabajador y honesto. No se trata de serlo por temor a “un Dios” o para ganar el Cielo y esquivar el Infierno como critican o enseñan algunos imberbes, no, se trata de tener una vida mucho mejor sin tener que recurrir a la mentira con acciones pendencieras o dejándose estar a la deriva sin hacer nada y esperando que otros hagan las cosas necesarias para nosotros y nos las regalen por creernos con ciertos derechos humanos inalienables. Hay cosas de la existencia que solo con sangre se graban, no basta con decirlas. Hay gente que solo descubre realidades rechazadas, menospreciadas, únicamente cuando las padece en su propia carne.

Considero a A.S. como alguien que terminó atribulado por los males morales del mundo sin darse cuenta que trataba sobre moral y voluntad y no sobre leyes de la naturaleza que implacablemente gobiernan el cosmos en contra de nuestros intereses sin que nada se pudiera hacer. Su afirmación metafísica de calificar una Voluntad suprema hipostática perversa lo lleva a un callejón sin salida. Es muy parecido a cuando uno lee a aquellos que hablan del mal y solo piensan en huracanes, terremotos, accidentes, enfermedades y muerte, fuerzas sobrehumanas aparentemente implacables, pero nunca en la mentira, la única causa del verdadero mal. Los otros males son a lo sumo sus consecuencias. Pero todos lo ven al revés, usándolos como justificativos para su proceder inmoral y destructivo. Le dan más importancia a unas horas más de vida que a poner fin a su hipócrita y cínica existencia. Para ellos vale más combatir un cáncer que en dejar que el mismo acabe con una existencia miserable. En el fondo solo les interesa perpetuar el engaño no la vida, el mal para el bien suyo, imaginando que es la única manera de conseguir felicidad. Cuando uno se convence de ello, concluyendo que no puede haber nada mejor, no es extraña la amargura disfrazada de filosofía ocultando sentimentalismos. Por eso A.S. prefería racionalmente la nada antes que algo, pues consideraba que ese algo era imposible de modificar, cuando en realidad no lo es.

Desde el momento que usaba la moral para juzgar, estaba determinando la posibilidad de transformación, la cual negaba al suponer la existencia de un Dios o una Naturaleza imposible de superar. Esto es fácil de comprender cuando aprecia el concepto de los antiguos que daban a entender la existencia humana como el castigo en una cárcel trasmitido de una generación a otra, no por la herencia, sino por la migración de las almas. Si aceptaba ello, entonces, cada quién debe entender que ninguna cárcel o castigo puede ser sin fin, todo termina alguna vez y tendría un propósito, de lo contrario, el castigo no tendría otro mérito que el solo aislar al criminal de la sociedad sin importarle en nada su mejoramiento. Si así fuera, lo mejor sería la pena de muerte, pero nadie adhiere a esta medida. Prefieren “que se pudran en la cárcel”, esto es, les encanta ser verdugos vengativos atormentadores el mayor tiempo posible hasta que mueran. No es nada raro el motivo por el cual A.S. estaba convencido de la voluntad perversa del humano más allá de su voluntad consciente.

La ley de Murphy dice que si hay algo que se puede hacer mal y causar una catástrofe, habrá alguien que contribuirá a que ocurra. Inversamente, si aceptamos ese concepto como ley, también tiene que ser cierta su contraparte. La Ley Constructiva dirá que si hay algo que puede mejorase, habrá alguien que lo logre. Si en nuestra mente podemos concebir algo mejor, entonces ese algo mejor es posible construirlo, producirlo. Dependerá de la voluntad. Negar esa posibilidad es ser alguien nefasto, es negar a Dios, pues cualquier cosa que pueda mejorarse demuestra que las leyes universales están dispuestas para que podamos lograrlo. Manos a la obra entonces.

Frente a ello muchos me dirán: “muy interesante, pero este mundo, tal como tú mismo lo dijiste, no permite pasar más allá de ciertos límites infranqueables”. Pero, precisamente ¿por qué motivo siempre se quedan pegados a “este mundo”? ¿No puede haber otro dónde sea posible alcanzar esas metas? Por fuerza de ley moral debe de existir, tal como existe este mundo como lugar donde existimos para hacernos reflexionar llevándonos en acariciar la idea de tal utopía. En vez de destruir la voluntad, de anular sus deseos como aconsejaba Schopenhauer[7] la trascendemos al permitirle su transformación.

Aquellos que han logrado superar la confusión y comprender el trasfondo del sufrimiento, ya no ven a esta vida como la única, de hecho la misma ya no puede brindarles más de lo que les ha podido dar, y por ello solo contemplan su final con el ansia de conocer la otra. Pueden modificar su presente cambiando de vida, y si por fuerza mayor no pueden, esperan hasta que sea posible. Tampoco apuran el trago, pues saben que todo debe seguir su curso. Viven contentos con lo que tienen, no aspiran grandes cosas, se conforman con lo indispensable, barren y mantienen limpio su entorno, sus ojos se llena de la esperanza del porvenir, aún más allá de esta existencia, pues ya se han entregado en sacrificio en este mundo, al rechazar sus ofertas de felicidad como simples carteles mercantilistas, sin esperar ya nada grandioso de él. Esto es en esencia el “Sacrificio del Cristo en la cruz”, algo que escribí y publiqué. A la vista de los demás puede parecer la destrucción de la voluntad de querer (que muchos asocian con ambición), pero internamente, ocultado a la vista del mundo, es el fuego que los mantiene vivos.

Este mundo, por naturaleza justa y equilibrada, no puede ser mejor de lo que es a causa de la naturaleza humana vil, mediocre y de bajo fuste que necesita redimirse, la cual ocupa siempre la mayor parte de la población mundial. Si los pocos adelantados que pudieran lograr un estado de vida mejor y superador existieran en algún lugar en este planeta aislado del resto, todos quisieran migrar allí sin entender que primero deben cumplir los requisitos para crear y sostener tal estado, entre los cuales uno de los primeros requisitos es la ley de la proporcionalidad recíproca. 

En líneas generales el ser humano es un depredador que vive despojando su entorno imaginando que todo debe existir creado de antes para satisfacer todas sus necesidades y ambiciones, y si le falta escupe contra ese Dios que no se lo da refunfuñando amargado por crear un mundo injusto y doloroso para sufrir, convirtiéndose por ello en ateo. En líneas generales nos parecemos a niños malcriados. No se percata que es el mismo el culpable de su situación más allá de las circunstancias reinantes. Este mundo permite a cualquiera que se lo proponga un progreso y superación factible, medible, no en base a una cuenta bancaria u ostentación material sino espiritual, una condición mental interna superadora independiente de lo material, donde el tiempo es un factor irrelevante. Contrariamente a lo que todos piensan, el tiempo no vale oro, imaginando con ello que deben aprovechar hasta el último minuto para disfrutarlo o hacer todo lo posible para conseguir ese futuro disfrute antes que sea tarde. Y si en esta vida no te das cuenta, pues vendrá otra para darte siempre la oportunidad para que algún día recapacites y vuelvas tú vista al Cielo para dar gloria a la Fuente, a Dios.

Cuando se logra captar el tema de fondo, el culpable comprende que no está tan mal después de todo, aunque quizás no tenga ni nunca tendrá lo que envidia de otros, pues este mundo ya no es su meta de la existencia, en consecuencia se da cuenta que no son tan deseables como pensaba, descubrirá que puede disfrutar de cosas más sencillas y al alcance de todos hasta que finalmente su existencia termine en este mundo. No le preocupa la muerte, no la ve como un abismo a la nada, la ve como el pago final que realiza por algo que en un principio pensó era lo más deseable por el cual estaba dispuesto a todo para alcanzar una existencia mejor.

Este aspecto se le escapó a A.S., y son pocos quienes alcanzan a ver dónde aparece la auténtica fe: frente a la misma muerte. Mis familiares, por ejemplo, no alcanzan a comprenderme. Ellos ven la vida con entusiasmo, dicen que venimos para ser felices. Que todo depende de nosotros. En parte tienen razón, solo que yo he podido ver más allá del horizonte de ellos y pude darme cuenta que hay cosas que nunca podremos mejorar en este mundo por más que nos esforcemos y para alcanzar un cierto nivel de felicidad es necesario un enfoque muy diferente del acostumbrado. Ellos están satisfechos con sus logros, y se hallan alegres omitiendo y ocultando todo lo negativo, pasando buenos momentos, evitando pensar en temas filosóficos, que tienen que ver con la existencia y la trascendencia. Esos temas les resultan demasiado complicados, su capacidad de abordarlos se halla muy reducida, y los comprendo. Hay personas que por más que uno les explique jamás entenderán lo que uno trata de decirles. Viven en su burbuja, consideran que su entorno no tiene por qué afectarlos, que todo está bien por más mal que se encuentre, que siempre todo fue igual, siempre optimistas en medio del Titanic sabiendo que se hunde, imaginando que los problemas del exterior nunca los afectarán, que habrá alguien que los rescate al final, cuando ni se dan cuenta cómo nos afectan y denigran diariamente la existencia y todos nuestros esfuerzos por tener un entorno mejor, pero de eso mejor ni pensar. Solo ven que tienen un televisor nuevo, un auto nuevo, diferentes lujos, van de vacaciones adónde quieren, y por eso el mundo está perfecto para ellos, cuando en realidad todo se haya atado con alambre.

«La miseria que llena este mundo protesta a gritos contra la hipótesis de una obra perfecta debida a un ser infinitamente sabio, bueno y poderoso. Por otra parte, la imperfección evidente y hasta la caricatura burlesca del más acabado de los fenómenos de la creación, el hombre, es de una evidencia demasiado visible.»

-Una obra “perfecta” no puede incluir “miseria”, sin embargo, la miseria del mundo encaja muy bien con nuestra miseria moral. 

Aquí A.S. aduce que Dios creó la miseria y nos puso allí imperfectos, es decir, incapaces de hacer algo mejor, solo para padecer. Curiosamente reconoce al ser humano como la obra dónde más notoriamente aparece la maldad. Esto es de por sí un acierto del inconsciente de la mente de A.S. que su consciente no pudo metabolizar. Se atasca e indigesta con la prédica teológica cuando señala al ser humano como la obra suprema del Creador.

En esta tierra la humanidad es la única forma de vida que se atribuye un origen animal pero al mismo tiempo se considera superior al resto cuando es la que menos encaja en la naturaleza del mundo. 

Los intelectuales ateos señalan insistentemente a la fortuita casualidad de una evolución biológica de nuestro cerebro del resto de los animales como la causa que nos hizo superiores. Pero los monos se hallan mucho más adecuadamente adaptados a la existencia que nosotros. Nuestra existencia necesita de una cantidad de artificios indispensables que los tales no necesitan aun viviendo en las mismas áreas de ellos. Careciendo de los tales aflora la miseria. Y cuando las carencias son aceptadas como lo único posible y hasta necesario, la miseria se torna crónica y se retroalimenta, haciéndose formidable e inexpugnable. Si fueras un viajero galáctico y te encontraras y conocieras el planeta, podrías darte cuenta que la miseria de la que habla A.S. no se notaría en un mundo sin seres humanos. En otras palabras, el mundo sería más espléndido sin la humanidad. La humanidad no encaja en este mundo. Las miserias son humanas.

Este aspecto suele ser muy enfrentado, negado. Es de entenderlo, pues naturalmente nadie gusta en degradarse, solo degradar a otros. Nadie gusta de aparentar un salvaje, sino alguien civilizado. Por ejemplo, en épocas pasadas, previas a la industrialización, la esclavitud fue vista como algo natural y hasta ingeniosamente justificada. No faltaban aquellos pulcros cristianos que afirmaban que los negros podían y debían ser esclavos porque fueron maldecidos por Dios como raza después del Diluvio. En tiempo de los israelitas la esclavitud era administrada de manera notoriamente discriminada por “leyes de Dios”. Por eso, no es raro que A.S. hiciera mención de los quintos, la composición fraccionada según él de la ‘grandiosa conciencia humana’.

«Muchas gentes se asombrarían si viesen de que elementos se compone esta conciencia de la cual se forman una idea tan grandiosa. Un quinto de temor a los hombres, un quinto de temores religiosos, un quinto de preocupaciones, un quinto de vanidad y un quinto de costumbre: eso es todo.»

No por nada es tan común de cómo inconscientemente los humanos solemos tapar esas miserias quintas con “sacrificio”, “amor a Dios” y “amor al prójimo”. Una madre se “sacrifica por sus hijos”, un padre se “sacrifica por la familia”, todo se hace por “amor a Dios” y “amor al prójimo”, nada, nada para nosotros mismos, ¡noooo!, no somos egoístas, eso solo son “los otros de allá”, los que serán castigados por Dios por no ser abnegados. Todo se entiende al revés.

Curiosamente A.S. encuentra un contrapeso ante tan desmedida vacuidad del bien.

« Sólo la conmiseración es el principio real de toda justicia libre y de toda caridad verdadera.»

Es como si dijéramos: “Somos dos miserables, no soy mejor que tu ni tu mejor que yo, si te hago sufrir, me hago sufrir, somos dos sufrientes, ¿Qué sentido tiene apelar a la justicia contigo?”

« Si se ha considerado la perversidad humana y se está pronto a indignarse ante ella, es preciso dirigir en seguida la mirada a la angustia de la existencia humana. Y recíprocamente, si la miseria os espanta, volved los ojos a la perversidad. Entonces se verá que una y otra se equilibran y se reconocerá la justicia eterna. Se verá que el mismo mundo es el juicio del mundo.»

Cuando el humano llega a la extrema maldad por sus anhelos e ideologías enfermas, luego por gravedad, cuando todo decanta, se da cuenta de su extrema miseria, el daño que se ha hecho a sí mismo, y entonces halla el equilibrio. Lo bueno en ello es que algunos no necesitan llegar a esos extremos para darse cuenta, pero para quienes no pueden, igualmente para ellos existe remedio.

Y eso es, para mí, en lo que consiste el mal en este mundo, algo que nos desagrada y atormenta, pero propio del infierno en el cual vivimos, cuya finalidad es la de poder salir del mismo por nuestra propia capacidad y ser merecedores de un mundo donde por propia decisión nunca seremos mentirosos, astutos y engañadores ni perpetraremos el daño hecho en éste a causa de nuestra confusa mentalidad.

La vida no es para castigarse o ser castigado, eso sucede por equivocación del ser humano, que ante las penalidades que se auto inflige de diversas maneras cree que su castigo viene del cielo. Solo viene de sus propios errores que comete cuando le cuesta aprender y hace las cosas como no debe. La naturaleza animal y vegetal expresa un orden necesario para impresionar a cada nuevo ser humano que la existencia no es para tomarla en broma, sino en serio.





[1] http://www.filosofianueva.com.ar/tx_schopenhauer_doloresdelmundo.htm Desde mi punto de vista, más bien se trata de una condición reinante (el mal) sobre la que no hacerse preguntas sería la verdadera tragedia mental.
[2] «Desprecio a la nación alemana a causa de su necedad infinita, y me avergüenzo de pertenecer a ella» expresó A.S. al final de sus reflexiones en el libro : EL AMOR, LAS MUJERES Y LA MUERTE.
[4] Nada distinto de “expresiones inspiradas”, como lo son los escritos de la Biblia, por ejemplo.
[5] De acuerdo a todos sus dichos, sus conclusiones partían de aceptar el mal como la esencia del cosmos contra el cual era imposible luchar, y cuánto más lucháramos tanto más sufríamos. Había que desactivar esa ciega voluntad carente de fundamentos y motivos oponiéndose con un intelecto, una racionalidad, que a todas luces es un espejo insignificante incapaz de nada.  Todo indica que, racionalmente, jamás encontró la solución a su encerrona pesimista. No es que no exista y deba ser la fe entonces. No, es la razón, pero debe ser hallada.
[6] Los dogmas religiosos inventados por los teólogos son los responsables de generar pensamientos como los de Schopenhauer, una forma de rechazo intuitivo a los mismos, hallándose a medio camino por descubrir la razón que subyace en el drama.
[7] Clara influencia budista.

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