miércoles, 18 de marzo de 2015

Vaticano justifica la guerra

El Vaticano está a favor de una intervención militar si el diálogo fracasa
«La espectacular e inhumana violencia de la banda terrorista EIIL (Daesh, en árabe) ha provocado una fuerte reacción por parte de la Diplomacia del Vaticano sobre la posibilidad de una intervención internacional por parte de las Naciones Unidas para salvar a las minorías. El arzobispo italiano Silvano Maria Tomasi, en una entrevista publicada el viernes por la página electrónica católica Crux, en unas declaraciones tardías, aclaró que lo preferible y necesario es “una coalición coordinada y bien pensada para hacer todo lo posible por lograr una resolución política, sin violencia”. Ahora bien, sentenció, “si eso no es posible, el uso de la fuerza será necesario”.»

http://www.hispantv.com/newsdetail/Europa/24061/El-Vaticano-quiere-guerra-de-la-ONU-contra-EIIL
  
http://www.elmundo.es/internacional/2015/03/16/5506d41c268e3e877d8b4582.html  

¿Hasta que grado es justificable una acción para modificar una realidad indeseable? Por lo visto, el Vaticano considera que hasta las últimas consecuencias, es decir, mediante el uso de la fuerza en enfrentamientos, es decir, la guerra. Una posición política muy diferente a M. Gandhi, quien fue el principal propulsor del enfrentamiento no violento, y así le fue.

El Vaticano, por su postura, deja entrever que para ellos este mundo es lo único que hay, y que todo lo relacionado con el mundo espiritual, la Ciudad Santa o Nueva Jerusalén Celestial, el mentado Reino de los Cielos cristiano que «no es parte de este mundo», es solo palabrería sin sentido. Cuando el bienestar mundano de un grupo se halla en peligro ante el ataque de otro, sea por las razones que fuere, el Vaticano demuestra claramente que no estará dispuesto a morir para perder sus beneficios “temporales”, con lo cual instala la perpetuidad del mal. En este caso su manifiesto aparece en la postura en defensa de “las minorías”, como algo que no les perjudica directamente; sin embargo, tal manifiesto de ninguna manera minimiza las razones o motivos reales detrás de tal aparente “justificativo”. El ejercicio de la fuerza y la guerra es una antigua y conocida medida siempre justificada sobre la base de “lo recto”, de “la verdad”, de “la justicia”, de “los DDHH” o de lo que fuere. Si para mantener la paz y la justicia, no existe, en última instancia, otra alternativa que “matar al enemigo”, toda su doctrina cae en saco roto y su razón de existir no merece tal concesión. Y no es nada raro esperar tal resultado, es propio del dualismo teológico contradictorio implantado en la cultura humana por siglos. Cuando se ha enseñado que el libre albedrío es la capacidad humana de elegir entre hacer el bien o hacer el mal, y que Dios castiga a quienes eligen hacer el mal, el campo de batalla ya está dispuesto para que los humanos tomes sus posiciones enfrentadas, sembrado el mismo de minas destructivas de toda clase.

¿Qué hacer entonces? ¿Qué podemos hacer frente a la maldad en este mundo? ¿Dejar que la misma se apodere de todos?

Bueno, para responder apropiadamente es imprescindible destacar que nada de lo que surge de manera reaccionaria aparece por casualidad, por el azar. Es el resultado de siembras hechas anteriormente. Los humanos somos culpables de lo que los humanos hacemos. Siempre habrá consecuencias nefastas si las acciones fueron nefastas. No pretendamos recibir afecto y consideración si antes no hemos sembrado tales actitudes. Lo que ocurre en Medio Oriente no es producto del mal en si mismo, sino del resultado de la lucha por el poder y los intereses comerciales en seguir perpetuando el statu quo de dominio alcanzado a cualquier costo. El petróleo es una buena excusa y las posiciones partidarias ideológicas añaden más leña al fuego. El terrorismo no nació de un repollo, sino del terrorismo previo ejercido por los considerados “justos”. Cuando se alcanza cierto cenit o escalada agresiva entre bandos a causa de acciones anteriores, solo resta cosechar lo sembrado. Podría ser una tercera guerra mundial donde mueran miles de millones de personas inocentes, incluidos nosotros. ¿Qué podemos hacer en contra de eso? Muy poco, acaso nada, en sentido guerrero. Si la muerte viene, debemos aceptarla como un resultado inevitable producto de la imbecilidad humana. Después de todo, este mundo siempre se caracterizó por este espíritu dominador y guerrero. Y la muerte siempre es el final de la vida humana. Menos mal, pues sería, como siempre ha sido, muy difícil hacer creer que un Dios de Amor se halla detrás de una buena vida para que los humanos la disfruten en este mundo. Este mundo es un perfecto estado de cosas para poner en evidencia los resultados de las malas acciones sin que las mismas sean perpetuas. Gracias a Dios el infierno no es eterno.

A las religiones cristianas, como la Católica, esta realidad siempre les resultó esquiva, es que a nadie le interesa aceptar los resultados nefastos de sus malas acciones. Y no es que no hayan tenido testimonio de hombres y mujeres que se los hayan señalado. Todos ven a este mundo como el único por el cual luchar hasta el final, y la vida presente como la única que hay, resultando en que tales testimonios sean ininteligibles o mal interpretados. De hecho, eso hace que las consecuencias arriben a situaciones donde 'todo vale' con consecuencias tan terribles y horrorosas. En sus escritos sagrados leen que ‘este mundo pertenece al dios Diablo’(2 Cor.4:4), es el mundo de él, pero ellos quieren luchar contra ese Diablo y quitárselo, como si de alguna manera con su sangre pudieran lograrlo. Pocos alcanzan a comprender que la única y verdadera liberación es «saliendo de este mundo», y la única manera es después de la muerte afrontada con hidalguía. La verdadera existencia es espiritual y no física. La existencia física es la que nos permite darnos cuenta de ello, por eso se valora más la existencia espiritual. 

Para la mayoría, hablar de existencia espiritual parece una falacia o estupidez, pues nadie ha visto-dicen ellos-cómo y dónde viven los espíritus. Pero de eso se trata en realidad la esencia del soterismo, extremadamente mal entendido por la mayoría debido a la ineficacia en distinguir la realidad espiritual. Esa realidad está presente y se manifiesta, no como algunos esperan, pero lo suficiente para marcar su existencia. Después de todo, la única y auténtica lucha es la espiritual, la interna, no la física en contra del prójimo por más que 'se lo mereciera'.

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