Aquello que los chinos usan para alimentar a los cerdos, peces y pollos, en Argentina el mercado lo utiliza para alimentar al “gran pueblo argentino salud”. Mientras los chinos pagan la tonelada de soja a 380 dólares, el “gran pueblo argentino salud” la paga 2.400 dólares la tonelada (en grano). El último bastión de la fábrica de hamburguesas hechas de “100% de carne vacuna”, ahora pasan a contener soja mezclada con carne, la cual curiosamente se vende al mismo precio que las que hasta no hace mucho era la única marca fabricada enteramente de carne vacuna, la cual ha incrementado su precio hasta en un 30%. La hamburguesa tipo “finita” de 110g de primera marca, que antes era “hamburguesa” ahora pasa a llamarse “medallón de carne”, se pagaban en supermercados mayoristas a 7,70 el paquete, es decir, a 70 pesos el kilogramo. Ahora, tan solo tres meses después, el “medallón” con la misma presentación solo que variando de color rojo a violeta el celofán impreso vale lo mismo conteniendo, según sus diminutas letras visibles al microscopio “proteínas de soja”, un eufemismo para no decir “harina de soja”. En el país que fue ganadero por excelencia, donde la mayor parte del “gran pueblo argentino salud” consumía carne todos los días, ahora, cada vez más de esos argentinos consumen soja camuflada en productos que anteriormente eran completamente cárnicos.
“La hamburguesa permite no sobrepasar el 20% de grasas en el producto. El medallón admite hasta 50% de grasa en sus ingredientes, porque entra en el rubro de los chacinados”, relató el ingeniero Brunetto a la Revista 24. En estos últimos productos, se permite, a su vez, la presencia de almidón hasta en 5%, y 27% de soja”. Si tenemos un 20% de peso del producto en soja, el consumidor está pagando la escasa cantidad de carne que viene en dicho producto fraudulento, con hasta un 50% de grasa, 20% de soja y almidón, al precio de $85 el kilogramo, un negocio redondo hecho gracias a los pobres de ese “gran pueblo argentino salud”. Y si solo tienes menos grasa, digamos un 20%, igualmente el agregado de soja abarata el costo y altera el sabor original.
Y hablando de chacinados, que en su mayoría tienen el máximo de grasa, junto con los medallones son actualmente casi el único recurso que tiene ese “gran pueblo” para degustar algo con sabor “a carne roja” a un precio accesible, pues los asados y los churrascos a la plancha, típicos de décadas pasadas, como ya se están ubicando las hamburguesas de buena calidad, solo pueden degustarlo de manera diaria una clase económica acomodada.
La alimentación de la cada vez mayor cantidad de seres humanos en el planeta se está convirtiendo en un desafío que es en gran medida superado sobre la base de engaño comercial. Comprar jamón cocido hace 50 años en cualquier almacén de barrio era normal. Hoy día conseguir ese mismo producto ya es imposible, solamente buscando un producto “artesanal” podemos retornar a lo que era común décadas atrás. En muy pocos lugares solo se puede hallar el denominado “Ferrarri” de los jamones, por su precio obviamente y que tiene que venir “con el cuero” para creerlo, dado que el resto son “pastas” cuyos precios varían acorde a su composición. Ni que hablar de los contenidos de sodio para enmascarar el sabor de los demás componentes de estos “pseudo jamones y paletas”. Hoy día cada vez se sabe menos lo que se consume. La mayoría de la gente compra todo enlatado o encartonado, pues resulta muchas veces imposible preparar el alimento propio, y los eslogan publicitarios y leyendas en las etiquetas son engañosas siempre.
Los enlatados de legumbres, cereales, tomate, los embutidos, caldos, sopas, fiambres, pastas, quesos, comidas pre-elaboradas, el pan, galletitas de todo tipo y hasta las golosinas, todo viene con una importante adición de sodio además de grasas en algunos de ellos, factores que contribuyen al sobrepeso y aumenta los riesgos de enfermedades, las cuales se ven potenciadas aún más cuando cada persona sacude el salero invertido sobre su plato en la mesa. De hecho, el consumo de sodio se debe más a una costumbre que a una necesidad culinaria. Tanto nos acostumbramos al sodio que a la mayoría les repugna una plato o producto que le falte abundante sal. De hecho, en las pocas veces que nos juntamos para comer un asado con los familiares, un trozo de carne al asador recibe tanta sal que me resulta imposible comerlo, y si lo hago, la cantidad de agua demandada por el cuerpo después (sed) revela la sobredosis. ¿Para que diablos le echan tanta sal? les pregunto. "Tiene lo justo y necesario" me responden, o "Y eso que le pusimos poca sabiendo que venías". Es increíble lo que la costumbre produce. Y la costumbre de consumir tanta grasa y sal, es invariablemente perjudicial a la salud. Cada vez en más difícil poder elegir los productos ofrecidos en los mercados de las grandes cadenas, rechazando las atractivas etiquetas y coloridas leyendas que buscan atrapar al cliente para que consuma productos en su mayoría artificiales y compuestos de nutrientes de poco valor.
Dentro de poco, me pregunto, cuando nos juntemos a comer un asado, ¿estaremos tirando sobre la parrilla una flauta hecha de harina de soja con grasa con forma y color de un trozo de carne vacuna...?
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