domingo, 29 de abril de 2018

La vida es triste si no la vivimos con una ilusión

                      Imagen tomada de http://www.actitudfem.com/belleza/relajacion/autoestima/realmente-los-suenos-se-hacen-realidad

Una canción folklórica de los Chalchaleros cuenta la vida de un sapo enamorado de la Luna. El poema es una fábula hecha música que ilustra un aspecto emotivo muy fuerte de la existencia humana.

Se suele definir la ilusión como un sentimiento lleno de esperanza a partir de algo que percibimos o llegado a conocer, algo que nos produce satisfacción y alegría al imaginarnos que realmente ocurrirá.

Hace un tiempo, un amigo dijo que “para no desilusionarse no hay que ilusionarse”. Así, quién nunca se ilusiona, jamás se desilusiona. Pero no tener ilusiones convierte a nuestra existencia más fría, desprovista de pasión y confianza. Las utopías son buenas aunque inalcanzables, porque ellas motorizan nuestros ánimos en pos de hallar aquello que nuestra alma anhela en lo más profundo, a pesar de, si lo analizamos, no tener chance alguna de poder lograr esa meta en el transcurso de nuestra vida. Por eso, siempre conviene que, además de alguna utopía o ilusión, sepamos colocar metas posibles ante nuestros esfuerzos. Pero la ilusión máxima es la que colorea nuestra existencia, hace que pensemos en ello como lo que más nos gustaría, y cada día, cualquier cosa que hagamos imaginaremos que estamos laborando para alcanzarla.

Por eso, el que nunca se ilusiona, ya vive desilusionado continuamente, pues se siente sabiendo seguro que nada realmente bueno que desee podrá ser realidad algún día, sustituyéndolo por otro tipo de deseos de menor valor emocional y mental. Creer en algo deseable pero utópico es parte de una ilusión trascendente, y en el terreno religioso existen distintas creencias para auto convencerse de su realidad, pero cuando de golpe alguien llega a percibir su falacia, esto le causa un profundo dolor y angustia, cayendo en la denominada “pérdida de la fe”, aspecto que para el que nunca se ilusiona, esa negatividad de su existencia se encuentra espaciada a lo largo de su vida, con lo cual ya forma parte crónica de su ser. La vida para ese tipo de personas no tiene nada que valga la pena, es una tragedia desde que nacemos hasta que morimos. 

Tener los sentidos embotados o disfrutar de los placeres, incluso a cualquier precio, suele ser el antídoto más usado para quienes la vida ya no ofrece ilusión alguna. El alcohol, cigarrillos, fiestas, una existencia sórdida suele acompañarlos diariamente. Para otras personas, la ocupación en todo tipo de tareas para sobrevivir impide siquiera poder soñar, o bien, si sueños tienen, no tienen el tiempo suficiente para analizar sus creencias y posibilidades. Otros, considerados los más afortunados, viven ocupados en hacer aquellas cosas que les gusta y entusiasma, y al ganarse la vida con eso se sienten “realizados”. No obstante, en cuanto reflexionan, como aceptan su misma intrascendencia, prefieren no pensar en tales asuntos, manteniéndose entretenidos con sus alegrías pasajeras. 

Hace muchos años, otro conocido me dijo una vez: “si no tuviéramos esta esperanza, que Dios traerá un nuevo mundo después de destruir el presente, nos suicidaríamos, porque nadie en su sano juicio desea vivir en este mundo”. Fueron palabras que me resonaron muy fuerte, comprendiendo hasta qué grado se encuentran emocionalmente comprometidas muchas personas creyentes en distintas esperanzas religiosas.

Hace poco, circulando por la ciudad vimos una persona mayor hincado de rodillas rezando frente a una estatua de la virgen. Observándolo brotó al unísono el comentario de la ilusión: “esta persona tiene y vive su ilusión.” De hecho, existen millones de personas cuyas vidas se mantienen al calor de la existencia por el efecto de ilusiones personales compartidas comunitariamente. Distintas ilusiones conforman la fuerza impulsora de sus vidas, aguantando sus embates, haciendo frente todos los días a los desafíos con convicciones íntimas de que en el futuro todo cambiará para mejor, donde se le cumplirá su ilusión máxima a la que llaman “la esperanza dada por Dios”.

¿Podemos, usando correctamente la razón, mostrarles a los creyentes que son falacias sus esperanzas? ¿Con qué derecho y objeto? ¿Para brindarles conocimiento y así quitarles el bastón donde apoyan la alegría de sus miserables vidas? ¿Habrá personas en este mundo que han superado esa triste condición humana sin creer en falacias?

Desde el psicoanálisis y en su origen Freud mantuvo una posición firme en contra de la religión, pero no para criticarle sus ilusiones, sino, a sus pretensiones divinas a fin de imponerlas. En una página dedicada a la temática sintetiza la concepción freudiana sobre la religión de la siguiente manera:

“Sin discusión, podemos afirmar que Freud critica la religión y los valores que transmite. Para Freud, la religión sirve para consolar. Esto es, pretende ofrecer una compensación a los sacrificios impuestos por la civilización.  La satisfacción que aportan es esencialmente de índole narcisista, la religión restaura el sentimiento de dignidad del hombre, estropeado por la conciencia de su impotencia frente a la naturaleza y su destino.  Pero, más allá de los consuelos que aporta, la función social básica de la religión consiste en justificar con su origen divino la coerción y los refrenamientos instintivos, y en asegurar de este modo la sumisión a un orden social.” https://www.inupsi.com/la-religion-la-ilusion/

Frente a ello, no han faltado ideas y acciones para eliminar las ilusiones religiosas. Sin embargo, el problema no es la ilusión sino la imposición, la imposibilidad de poder ejercer el libre pensamiento, para que cada persona asuma su propia responsabilidad de su propia ilusión, y la religión ha sido la gran responsable en prohibir el libre ejercicio del pensamiento. La ilusión no es mala, lo malo es imponerla. Y las ilusiones mejor acogidas son las sentidas libremente. Sin embargo, la imposición se torna necesaria cuando se pretende unificar a los pueblos en pos de una misma meta, meta deseada más por sus gobernantes que por sus gobernados. El resultado es el descontento y la búsqueda de nuevas ilusiones.

Debe ser por ello que la estrofa “la vida es triste si no la vivimos con una ilusión” caló tan profundo en las almas de los oyentes al escucharla entonadas en las estrofas de la canción.

Se cuenta que la famosa letra no se corresponde a la original, un poema del chileno Alejandro Flores Pinaud, nacido en 1896 y fallecido en 1962. Cuando Jorge Hugo Chagra la conoció, le puso la música luego de los arreglos de la letra que hizo Nicolás Toledo, quienes introdujeron la variante sobre el pasaje central de la canción que forma parte del título de hoy. Hay otra versión musical de Jorge Yáñez y Los Moros basada en el poema original del compositor chileno con música de Eugenio Moglia, y que se puede escuchar en Youtube con el nombre de Sapo Trovero, donde muestra que la vida misma es una ilusión y no el arreglo argentino donde expresa que vivir sin una ilusión es más triste. La letra original de la estrofa cantada dice:

Pero no te importe, sapo ilusionado
Que nadie comprenda tu pobre canción. 
Si la luna hermosa y el cielo estrellado
Y el Hombre y el sapo…todo es ilusión.

En cambio, ese estribillo cantado por los Chalchaleros es:

Sapo cancionero: 
canta tu canción, 
que la vida es triste, 
si no la vivimos con una ilusión.

Justamente, este arreglo cambia por completo el sentido del poema y de la canción, y acompañada del ritmo de una zamba, fue sin duda el motivo por el cual se hizo tan famosa al cruzar la Cordillera, siendo casi desconocida la letra original en su país de origen.

En la letra original afirma que todo es ilusión, es decir, nada es real, aspecto mucho más difícil de comprender y aceptar.

Como se puede notar, todo aquello que se conecta con nuestros sentimientos más profundos, aflora al verse reflejado, porque la ilusión es algo normal de todo ser humano.

Lo mejor que podemos hacer para evitar la depresión y la tristeza crónica frente a la desilusión, es saber de antemano el aspecto concreto de los hechos, al dictarnos que las ilusiones son solo eso y no realidades. Viéndolas de ese modo, evitaremos que nuestras ilusiones sean fuente de discordia con nuestros semejantes y amarguras del alma. Las ilusiones deben ser más bien fuente de alegría para el alma, al crearnos una realidad imaginaria en la cual nos sentimos cómodos y a gusto, sabiendo que solo es nuestra realidad y no es ni debe ser la misma para todos. Quienes viven su ilusión evitarán ambientes que no se condicen con las mismas, donde otras personas viven una realidad distinta. 

Existen realidades que discriminamos al disgustarnos al verlas, y las mismas no se deben a culpas nuestras o sociales que nos deban afectar, sino principalmente a las realidades que otras personas hicieron en sus vidas como resultado de creer en duras realidades negadoras de una ilusión mejor. Es excelente saber que no solo se debe ser soñador sino realista, pero que nunca el realismo nos esclavice, ni doblegue nuestra voluntad. Hay veces que es preferible la inexistencia antes que bregar por una existencia humillante y miserable.

Por ello, respeto las ilusiones de los demás, siempre y cuando no traten de imponérmela sobre la base del miedo y la ignorancia, y no vale prestar atención si no están respaldadas por un mínimo de argumentación que la sustente, argumentación que, justo es reconocer, juega a veces con nuestro desconocimiento. No obstante, dadas estas condiciones, siempre nuestra ilusión deberá estar al límite de nuestra capacidad y posibilidad de comprensión, circunstancia que podemos mejorarla con estudio y reflexión personal, de donde las conclusiones tomadas no estarán sujetas a las ideas de otros ni a la cultura general sino solamente a lo que nuestra propia capacidad individual resuelva. Esto no significa diversidad, al contrario, existe un denominador común en las almas, el cual, dejado a nuestra libertad individual se tornará independientemente semejante al de todos los demás. Considero dicha libertad individual la mejor condición superadora de nuestra existencia mental. Después de todo, nuestra auténtica existencia es puramente mental, no física, en condiciones impuestas por los demás y en un entorno que solo podemos cambiar el modo en que lo vemos y nos esforcemos por cambiarlo para mejor. Por la manera que lo podamos interpretar dependerá nuestro bienestar o malestar a medida que transcurrimos nuestras vidas.

No es lo que las personas saben los que las sostiene en este mundo, sino lo que ellas creen es lo que las proyecta, pues el futuro no es el saber sino lo que sucederá aplicando dicho saber. Por eso, quitar una creencia puede significar quitar un bastón o una  base desde donde fundamenta y proyecta su existencia cada individuo.

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